¿Somos unos tristes los que dudamos?

Hoy es jornada de reflexión. Siempre me ha hecho gracia ese concepto. «Jornada de reflexión». Te imaginas a la gente callada, meditabunda, dando paseos de un lado para otro. Y a los políticos, de repente, irrumpiendo en esos paseos silenciosos y haciendo gestos con las cejas y las manos. Como queriendo decir algo pero sin emitir ningún sonido. Y a la gente respondiendo con un gesto esquivo, también silencioso. Mientras un señor susurra al oído de un niño: «Es que es jornada de reflexión, indispensable en democracia».

Qué narices: mañana, además de un aluvión de mensajes más empalagosos que las chucherías sobre la «fiesta de la democracia», tendremos toda la misma cantinela contante y sonante que forma parte de nuestro día a día: los coches tronarán igual, los medios escupiremos mensajes de todo tipo para analizar la recta final de esta campaña y las redes sociales se llenarán de mensajes que llevarán al clímax el orgasmo electoralista: Vota esto, vota lo otro, Sonreíd, el cambio ya está aquí, Naranja, Rojo, Azul, Morado, No a los radicales, Venezuela y los españoles muy españoles son.

Que nadie se equivoque, esta no es uno de esos textos donde el autor se erige por encima del bien y del mal para decirle al lector que se va a equivocar en todo lo que haga (de ese tipo de «tertulianismo todólogo» ya hay mucho). Tampoco es un texto anti-Unidos Podemos. Diera la sensación de que en un contexto cada vez más polarizado, se reciben cada vez peor las críticas (guiño-codazo para integrantes o simpatizantes de esta formación). Sí pretende ser un análisis no partidista de la situación política y sí un mensaje a quiénes se han sumado con fervor a las ondas expansivas generadas por las sucesivas campañas electorales que hemos vivido en los últimos dos años con un deseo profundo de cambio.

No vamos a poder sonreír. No es que no queramos ser optimistas. No hay nadie con condiciones precarias quien no desee que su vida deje de ser una basura. Si has tenido que darte de alta como autónomo, si has tenido que cobrar en negro porque si te decían «IVA incluído» se te quedaba en una cantidad que sonaba a favor levemente recompensado y no a trabajo, si has tenido que pedir dinero prestado, si has tenido que pedir sucesivamente una rebaja del precio del alquiler, si en tu colegio y por los recortes en Educación los niños de 3 años han de limpiarse el culo por sí mismos y los educadores se niegan a hacerlo porque no entra dentro de su competencia, si has sido atendido en 5 minutos por una grave infección no detectada porque no invirtieron tiempo suficiente en saber qué te pasaba porque la Sanidad pública está siendo cada vez más castigada y te mandaron a casa con una receta de Paracetamol, o si abortaste pero el sistema no registró lo sucedido y al llegar a tu siguiente cita de control en el centro de salud se sorprendían de «la poca barriga que tenías para estar de 6 meses», si ya no contemplas otra opción que no sea la de comprar los productos de marcas blancas en los supermercados, aún sabiendo al mirar las etiquetas que la cantidad de porquería que llevan por las E-216 o E249 u otros aditivos alimentarios extraños como «Mejorante panario» (para un producto que es…Pan), si tienes un hijo o una hija y la crianza es lo más parecido al malabarismo en un puente maltrecho a 500 metros de altura… es complicado no querer ser optimista.

Queremos ser optimistas. Pero teniendo en cuenta todo lo anterior, es complicado reaccionar generosamente al mensaje: «Sonreíd, que vamos a ganar». No sé, perdonad que no pueda evitar imaginarme a Pablo Iglesias con la voz de la Pantoja diciendo «Dientes, dientes, que es lo que les jode». Y no solo el día a día. Dentro incluso del «juego de tronos electoral» hay motivos para estar preocupados. Tal y como dice Oskar Matute en su carta dirigida a Pablo Iglesias: «A ti, Pablo, te la escuché varias veces durante el debate a cuatro». «El PSOE no es nuestro enemigo», repetías, en una reinterpretación extraña de los principios de Podemos. «El PSOE es nuestro aliado para el cambio», repetís ahora, como si se hubiera borrado de un plumazo toda nuestra memoria reciente. Era el PSOE quien gobernaba cuando el 15-M acampó en Sol al grito de «no somos mercancía en manos de políticos y banqueros». El mismo PSOE que rescató la banca privada con nuestro dinero mientras aplaudía la eficacia de los desahucios. El PSOE que aprobó una reforma laboral que regalaba el despido a gusto de la patronal. El PSOE que aprobó una reforma de las pensiones que retrasa la jubilación a los 67 años. El PSOE que cambió junto al PP el artículo 135 de la Constitución a pedir de boca de la Troika. ¿Son solo estrategias mediáticas de cara a las elecciones? Incluso si lo fueran, leer que Podemos asocia «Patria y ejército» es motivo para la urticaria extrema para todo el que haya defendido posiciones antimilitaristas o pacifistas en alguna ocasión. Pero eh, ¡Sonreíd, que vamos a ganar!

¿Somos unos tristes los que dudamos? No creo. Hay un deseo irrefrenable por parte de gran parte de la ciudadanía de cambiar urgentemente el modelo productivo de este país, de intentar apostar por energías verdes, por un modelo de agricultura ecológica, por una economía social y feminista. También somos conscientes de que desde los ayuntamientos se está intentando cambiar la política desde la proximidad, desde el día a día. Que hay mucha gente dejándose la piel honesta y humildemente. Que en el fondo, el fin del bipartidismo ya es una gran noticia, que España es el único país donde la extrema derecha no ha crecido electoralmente o que los acuerdos nacionales tendrán que tener en cuenta sí o sí la singularidad plurinacional de nuestro territorio, o que la transparencia y las medidas anti-corrupción parecen ser nuevos mantras que constituirán la política de aquí en adelante.

Pero, ¿por qué dudar si hay necesidad de cambio? Porque es muy probable que no haya cambio. Porque incluso un gobierno Unidos-Podemos con el PSOE no va a generar un escenario que termine con todos esos problemas cotidianos que mencionábamos antes. La salida del Reino Unido de la EU y el desplome de la Bolsa es la prueba de que el arraigo de nuestras vidas a sistemas financieros que van más allá de los estados-nación nos obligan a pensar que gobierne quién gobierne, poco van a cambiar las cosas. Si los ayuntamientos son máquinas diseñadas para no cambiar… ¿los estados qué son? ¿Monstruos de mil cabezas? La inercia administrativa e institucional de esa escala de gestión del poder es probablemente tan alta que haría falta un cambio político social a escala europea para conseguir sentar unas bases mínimas para un reiniciar el sistema de verdad.

Curiosamente, es Europa de lo que menos se ha hablado en la campaña en España. Y es ahí donde está la clave de todos los problemas que vamos a tener que soportar en el futuro. Desde la crisis cultural y social que suponen la postura insolidaria, xenófoba y racista que ha tenido institucionalmente la EU con la mediáticamente conocida como «crisis de los refugiados» con el consiguiente repunte de las identidades nacionalistas hasta hackear y reconstruir el complejo sistema de poderes financiero-políticos que forman lo que conocemos como Unión Europea. Es ahí donde está el reto político y no simplemente en que Unidos-Podemos consiga votos del PSOE en Andalucía o que se apruebe la creación de un Portal de Transparencia que los partidos usarán para subir PDFs.

Por último: claro que queremos sonreír. Pero no nos pidáis que aceptemos sonreír como estrategia electoral. Porque no queremos sonrisas institucionalizadas. No queremos la alegría empaquetada en forma de programa electoral de difícil cumplimiento. La alegría y la sonrisa están en otros sitios. Y las necesitamos políticamente. Pero no a costa de unas elecciones ni de unas siglas.

eldiario.es

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