Margarita Nelken, un volcán rojo y violeta

Manuel Cañada Porras

“Conocía el campo español como los museos de Europa”, dijo de ella Max Aub. Se codeó con la flor y la nata de la cultura del siglo XX, pero aprendió las verdades elementales de la época en los barrios de Madrid y en los cortijos de Extremadura. Subió a los palacios, estudió a los grandes pintores y fue la primera en traducir al castellano a Kafka. Pero también bajó a los chozos, organizó guarderías y huelgas, y pisó las arenas más enconadas de la lucha de clases.

Con Dolores Ibárruri y Federica Montseny, fue quizás la dirigente republicana más odiada por los señoritos, por los caciques, por los caínes que han manejado España desde siempre. La llamaron prostituta y bruja, “amazona judía” o “serpiente con faldas” (Juan Pujol). Francisco Casares, secretario permanente honorario de la Asociación de la Prensa de Madrid hasta 1977, la calificó como “presunta intelectual, más ramera de cerebro, que de quehacer sexual” y José María Pemán, el dramaturgo favorito del franquismo, se despachó contra ella de este modo: “¡Ay, maldita, maldita Tú, la hebrea, la del hijo sin padre: Margarita! ¡Nombre de flor y espíritu de hiena!”.

Odiada, insultada, silenciada. Se había enfrentado a la marginación centenaria de las mujeres, al desprecio por los niños huérfanos o hijos de madres solteras, a la explotación de los obreros y campesinos, al papel tutelar sobre la educación o la asistencia social que desempeñaba la Iglesia Católica. Demasiados enemigos de envergadura, enemigos troncales en la España reaccionaria. Pero, como señalará Paul Preston, el delito de Margarita Nelken a los ojos de la derecha tenía especialmente dos vertientes: “Se había valido de sus dotes destacables, artísticas, literarias y políticas para hacer campaña en favor de que las mujeres se liberaran de la opresión masculina de la sociedad española y para que el campesinado sin tierra se librara de la brutalidad cotidiana de sus vidas, en muchos casos poco mejor que la de los esclavos”.

Margarita nace en Madrid en 1896. Pero la procedencia alemana de su padre y la ciudadanía francesa de su madre, así como la ascendencia judía de ambos, constituirá un recurso constante contra su figura. “La nacionalidad de la Nelken es un misterio. ¿Alemana? ¿Polaca? Desde luego, judía. He aquí el origen fundamental que la resella”, le reprochará el periodista Manuel Sánchez del Arco. En 1931, cuando la escritora y crítica de arte sea elegida diputada a las Cortes Generales, será de nuevo cuestionada su nacionalidad. A pesar de su nacimiento y residencia ininterrumpida en España -salvo las cortas estancias en el extranjero, relacionadas con su formación- Diego Hidalgo, notario de Los Santos de Maimona y diputado derechista del partido de Lerroux, insistirá en invalidar la elección.

Nelken gozará de una formación cultural extraordinaria. Desde niña aprende varios idiomas y a los trece años sus padres la envían a París a estudiar pintura, que es su gran vocación. Allí trabará relación con intelectuales como Diego Rivera, Rodin o Manuel de Falla, y echará raíces en la que será su dedicación fundamental en la vida: la crítica y divulgación de arte. En España, ya desde la juventud, se relaciona con lo más granado de los círculos culturales. “La amistad que Ramón y Cajal y Pérez Galdós me dispensaban fueron mis grandes orgullos de jovencita”, relatará años después.

En 1915 da a luz a su hija Magda. La paternidad se atribuye al escultor Julio Antonio, pero ella asume la condición de madre soltera con orgullo y coraje. En 1920 nacerá Santiago, su segundo hijo, fruto de la relación con el diplomático andaluz Martín de Paul, con el que no se casará hasta 1933, una vez que él se divorcie de su esposa. “Margarita Nelken tuvo una vida sexual libre y eso molestaba profundamente”, afirmaría Federica Montseny tras su muerte. Tener un hijo fuera del matrimonio, vivir con un hombre casado, defender el divorcio… demasiada liberación para las socias del Lyceum Club feminista de la época, que rechazarían la solicitud de ingreso de Margarita, atendiendo a su ideario y a su supuesta promiscuidad.

Durante esos años nuestro personaje está en plena ebullición ideológica. Lo que el historiador italiano Enzo Traverso ha bautizado como guerra civil europea (1914-1945) está en sus albores. Europa es un hervidero de transformaciones, un laboratorio. Ella despierta a la política contemplando de cerca la revolución alemana. El terremoto bolchevique, las revueltas populares, la extensión del feminismo, la irrupción de las vanguardias artísticas, constituyen la atmósfera en la que una joven culta, cosmopolita y arrojada va a inscribir su huella, su praxis y su escritura.

En 1919 funda la Casa de los Niños de España, para acoger a los hijos de las mujeres trabajadoras, casadas o solteras. Se trata de la primera guardería laica de Madrid, que albergará a ochenta niños en el barrio de Ventas. Margarita defiende que en los hospitales, casas de acogida o guarderías se contrate a personal preparado y que se elimine la dependencia respecto de las órdenes religiosas. El proyecto fracasa, la Casa de Niños se ve obligada a cerrar, “ante la eventualidad de tener que aceptar una oferta de subvención cuya cláusula exigía que el centro pasara a ser regido por religiosas” (Josebe Martínez Gutiérrez). La educación y la libertad no son negociables.

En ese mismo año, Nelken escribe un tratado pionero sobre el feminismo: La condición social de la mujer en España. Se trata de un escrito controvertido, que retrata la dependencia de las mujeres y reivindica su igualdad social y sexual. Y al tiempo es una “denuncia nítida, brillante, del manso feminismo hispano que coloca a la mujer como peso muerto en la problemática futura del país” (María Aurèlia Capmany). Margarita denuncia la naturalización de la opresión de la mujer, cómo, tras la “imposición metódica durante siglos y siglos, tradiciones y tradiciones” llega a presentarse con “la apariencia de segunda naturaleza”. Defiende el divorcio y constata con valentía que “el cristianismo mal entendido es el factor más poderoso de atraso de la mujer española”. Arremete contra la beneficencia en España, caracterizada por “el espíritu más antisocial que pueda darse”. “Se dan limosnas que exigen el agradecimiento, cuando no –y esto es lo más corriente- la pleitesía absoluta, en cuerpo y en alma”. Es, desde ese análisis que pondera la enorme influencia de la Iglesia y sus redes clientelares sobre las mujeres, desde donde puede entenderse la particular concepción – errada e incomprensible desde nuestra perspectiva actual- sobre el derecho de sufragio que mantendrá tanto ella como la mayor parte de la izquierda española.

Nuestra protagonista cifrará sus esperanzas en el progresivo crecimiento del feminismo entre las trabajadoras, la clase media y la clase obrera. “El día en que se consiga que las modistas tengan una jornada que no sobrepase ocho o nueve horas y que una maestra de taller no pueda despedir a una oficiala por mero capricho el feminismo español habrá progresado más que con todos los escritos y todas las proclamas”. Con solo veintitrés años, Nelken está apuntando ya al nudo ideológico al que entregará su vida, a la indisoluble unión del feminismo y la causa obrera. Ella y millones de iguales en todo el mundo representan la nueva mujer de la que hablase Alexandra Kollontai, “que trae sus propias exigencias en relación con la vida, que afirma su personalidad, que protesta contra la múltiple esclavitud de la mujer bajo el Estado, la familia, la sociedad, la mujer que ha roto las oxidadas cadenas de su sexo”. Pero, al tiempo, esa mujer nueva entiende, con Flora Tristán, que no existe feminismo válido si no se inserta en la revolución social, y que no es posible ninguna revolución auténtica si no es plenamente feminista.

La epopeya campesina y la república de la esperanza

Fue un día profundamente alegre -muchos que ya éramos viejos no recordábamos otro más alegre-, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños”. Así recordaba Antonio Machado el 14 de abril de 1931. El advenimiento de la República lo cambió todo. Y la vida de Margarita Nelken, como la del país, giró radicalmente hacia la esperanza.

En la última década, Margarita se ha convertido en un referente cultural y político. Ha escrito una novela y varios ensayos sobre literatura, arte y feminismo. Al tiempo, publica artículos regularmente en algunos de los principales periódicos y revistas del país, como El Sol, El Socialista o Blanco y Negro. Se ha implicado activamente en conflictos obreros como la huelga de las cigarreras en Madrid y empieza a colaborar con el PSOE. La Agrupación Socialista de Badajoz apoya su candidatura para la elección que tendrá lugar el 31 de octubre de 1931. De ese modo es elegida diputada por Badajoz, cargo que mantendrá en las tres legislaturas republicanas.

Comienza la etapa extremeña de Margarita Nelken y, también por esas fechas, comienza la epopeya campesina de Extremadura. La flamante diputada va a contribuir con decisión a que se abran las anchas alamedas de la reforma agraria. Se sumerge en el sufrimiento cotidiano de los jornaleros y denuncia con su estilo “corrosivo e incendiario” las inhumanas condiciones del trabajo en los latifundios. “Pueblos sin rudimento de asistencia social, sin una maternidad, sin una guardería de niños, sin un dispensario, sin nada que revelara la menor preocupación de generosidad humana; pueblos que producían para el amo rentas que se cifraban por millones…”. Y frente a esto, el señorito sentado al atardecer en la acera del casino, y la empalizada de bonetes y tricornios.

Los abusos de la guardia civil son el pan de cada día en el campo extremeño y en toda España. Y en Badajoz, la UGT ha convocado una huelga de 48 horas para protestar contra ese maltrato y reclamar la dimisión del gobernador civil, connivente con la represión. El 31 de diciembre se producen los sucesos de Castilblanco. El día 30 una inmensa manifestación pacífica recorre las calles del pueblo y al día siguiente lo vuelve a hacer en un ambiente de inmenso orgullo y alegría. Llegan órdenes de arriba, La manifestación es ilegal y hay que disolverla, vienen los guardias armados por la calle del Calvario, las mujeres corren en auxilio de sus maridos, de sus hijos, de sus hermanos, se acercan para evitar males. Pero el guardia Agripino no es de ese parecer: Nada pintan allí las mujeres. Golpea con el fusil a una de ellas. A las mujeres no se les pega, dice un jornalero que sintió la ofensa. ¡Y a los hombres, también!, responde Agripino y dispara su fusil. Hipólito cae muerto.

Así lo contó Jesús Vicente Chamorro, seguramente uno de los fiscales más honestos que ha parido este país en mucho tiempo: “Las navajas acuden a las manos y se dirigen solas, enfurecidas, hacia los cuerpos que cubren los uniformes verdes”. Cuatro guardias civiles mueren acuchillados por el pueblo iracundo. Los diputados de las derechas, los terratenientes y el general Sanjurjo, director de la Guardia Civil, pretenden involucrar a Margarita Nelken en aquella tragedia, cuando la diputada no ha llegado a pisar nunca aquel pueblo. “Se ha creado una oficina de información contra la Guardia Civil y esta oficina está dirigida por Margarita Nelken, que ni siquiera es ciudadana española”, afirma el militar, que protagonizará al año siguiente el primero de los golpes militares contra la República. Poco tarda en llegar la represalia: en cuestión de una semana la venganza terrible de la Guardia Civil se cobra catorce muertos, seis en Arnedo y dos de ellos en Zalamea de la Serena. ¿Cómo es posible que a estas alturas se desconozca la atroz represión que sufrieron los campesinos de toda España a manos de la Benemérita, durante la II República? ¿Por qué los libros de texto siguen hablando sólo de Castilblanco y Casas Viejas? ¿Cuándo empezarán a incluir los castilblancos campesinos, los cuatro muertos en Hornachos, los cuatro de Fuente del Maestre, los tres de Salvaleón, los de Feria, Navalmoral, Alconchel, Montemolín, Zarza de Granadilla, Miajadas y tantos otros lugares marcados por el crimen? La diputada no tuvo nada que ver con los horrendos crímenes de Castilblanco, pero quedaría señalada desde entonces. Comenzaba así la leyenda negra de Margarita Nelken, que el franquismo se encargaría de erigir y sostener durante cuarenta años.

Pero nuestra protagonista no va a abandonar su papel de denuncia. Ha escogido el bando de los humildes y a él se sigue entregando con denuedo. Se patea Badajoz pueblo a pueblo y lleva al Congreso las esquirlas del dolor, los testimonios de la explotación. El 20 de octubre de 1932, en la tribuna del parlamento resuenan los innumerables nombres del hambre y de la infamia. Los patronos se saltan las leyes y los pactos salariales, ni siquiera acuden a las reuniones que se les citan. En Valverde de Leganés o Villanueva de la Serena no pagan lo dispuesto. En Villagarcía de la Torre, la señora viuda de Gironza, adeuda desde hace un año 7.000 pesetas a los jornaleros y este año ha contratado a forasteros. En Puebla del Maestre las tierras del ex conde están abandonadas y a los obreros que han pretendido sembrarlas los han metido en prisión. En Oliva de Mérida los propietarios desahucian a los campesinos, y en Fuente de Cantos, la ex condesa de Corte, se ha avenido a negociar con los jornaleros, después de que estos, tras cinco días sin comer, se apoderasen de algunos cerdos.

Así, localidad a localidad, Margarita va desgranando el oprobio, “la entronización sin freno y sin ley del amo”. En muchos pueblos de Badajoz las sirvientas ganan salarios que oscilan entre 5 y 10 pesetas y se les da el pan el domingo para toda la semana; en Granja de Torrehermosa los campesinos han tenido que ir “a ofrecerse en bloque a trabajar por un pan diario” y en Fregenal de la Sierra, los obreros para ser contratados han tenido que darse previamente de baja en la Sociedad obrera socialista. Azuaga, Pallares, Valencia del Ventoso…

Nelken concluye su alegato, riguroso y estremecedor, dirigiéndose a Gil Robles: “En Badajoz, morirse de hambre no es una frase, no es un eufemismo; allí han muerto de hambre tres obreros, dos en la capital y uno fuera, al pie de la tapia de la finca de un cristianísimo propietario. En Badajoz, los propietarios están acostumbrados a que la vida de un hombre valga menos que un puñado de bellotas”.

Vidas que valen menos que un puñado de bellotas

En Fuente de Cantos, lo único que pueden hacer los obreros que no se han dado de baja en nuestras filas es ir a la rebusca de la aceituna y la bellota; disputar esos desperdicios a los animales, y cuando van a la rebusca los apalea la Guardia Civil” (Protestas y rumores) ¡Los apalea la Guardia Civil! (Más rumores de protesta) ¡Cualquiera diría que no saben sus señorías que la Guardia Civil apalea a los obreros! (Se reproducen las protestas)”.

25 de enero de 1934, Diario de Sesiones de las Cortes, Intervención de Margarita Nelken

La Reforma Agraria es el gran catalizador, la gran promesa que moviliza al mundo campesino en Extremadura, en Andalucía y en toda España. “La perspectiva de la revolución agraria, más madura, más inmediata que la revolución proletaria, ha helado de espanto a la burguesía española”, escribirá, certero, por esas fechas Joaquín Maurín. La cuestión agraria, día a día, va convirtiéndose en un conflicto central, que no admite ya dilaciones ni ambigüedades. Los representantes políticos del latifundio llaman a detener “la riada de anarquismo”. “Allí, en la provincia de Badajoz, se ofrece no ya el intento de sedición, sino la puesta en marcha de un régimen soviético”, clama Díaz Ambrona. Pero el anhelo de Reforma Agraria ha madurado durante generaciones, ha crecido pacientemente de la mano de centenares de sociedades obreras locales. La Federación de Trabajadores de la Tierra, junto a los combativos núcleos libertarios y comunistas, constituye el epicentro del seísmo, de la pacífica revolución campesina. Margarita Nelken se integra en él con entusiasmo, poniendo el cuerpo, arriesgando la propia vida. En Aljucen, el 21 de noviembre de 1933, es maltratada a punta de pistola por un grupo de matones de extrema derecha. En el Congreso, su voz amplifica el clamor campesino. El 25 de enero de 1934, de sus labios, vuelven a sonar con fuerza las palabras hambre, esquiroles, rebusca y guardia civil. “Solo en Badajoz hay de 40 a 45.000 obreros parados y el hambre se enseñorea entre los hijos de los trabajadores”; ““Libremente pueden los patronos de Castilla y Extremadura traer obreros portugueses. Pueden decir “¡Tú no me convienes!”. Margarita sigue, tenaz, denunciando los abusos del poder. En Valencia del Ventoso, la guardia civil, delante de todo el público abofeteó a unos cuantos obreros, en Puebla de Sancho Pérez es la propia guardia civil la que escoge a los obreros que han de ir a trabajar y en Zalamea un grupo de falangistas ha entrado en el pueblo al grito de ¡Viva el fascio!, asesinando a otro jornalero.

El 5 de junio de 1934 estalla la huelga general en el campo. La huelga ha sido convocada de forma prematura, sin la preparación necesaria y constituirá un notable fracaso. Los detenidos se cuentan por miles, más de 600 campesinos extremeños son desplazados a las cárceles de fuera de Extremadura. Pero el movimiento aprenderá de la derrota y preparará con paciencia el próximo envite. Tras la victoria del Frente Popular, el 25 de marzo de 1936 se producirá la gran ocupación masiva de fincas, la utopía de la reforma agraria se concreta en los bancales de Extremadura.

Entre octubre de 1934 y el triunfo del Frente Popular, Nelken sufrirá la persecución y el exilio. Su apoyo al levantamiento minero motivó una orden judicial de detención por “delito de rebelión militar cometido en la plaza de Badajoz” y le valió una condena en ausencia de veinte años. Tuvo que ocultarse durante algún tiempo. El 17 de octubre, el periódico ABC daba cuenta de los registros en su búsqueda en Almendralejo, pues se sospechaba que podría encontrarse en algún domicilio de la población. Al final, consigue escapar, disfrazada y gracias a la ayuda generosa de la entonces Embajada Cubana en Madrid. Solo podrá retornar a España tras la amnistía, en febrero de 1936.

Los grandes poderes comienzan a preparar el golpe militar contra la República la misma noche de las elecciones del 16 de febrero, tras conocerse la victoria sin paliativos del bloque popular. El 18 de julio, los militares consuman la rebelión, comienza el holocausto español. La matanza de Badajoz ahogará en sangre la esperanza de la Reforma Agraria y miles de campesinos pagarán con su vida la resistencia frente al fascismo. Margarita Nelken se dirige por radio el 27 de agosto a toda la población: “Es preciso subrayar la gesta incomparable, sin precedentes en la Historia, del pueblo español en lucha por su libertad y por la libertad del mundo, la epopeya de los campesinos, de los que en Extremadura, en Andalucía, en la Mancha, en Aragón, representan lo más desheredado del suelo patrio; y no teniendo nada que perder, se alzan con toda su miseria, marcada con las vejaciones y atropellos sufridos, a lo largo de generaciones y de siglos, para conquistar para todos, para sus hijos y para los hijos de los que no carecían de nada, un porvenir de dignidad ciudadana y de justicia social”.

Después vendrá la resistencia. Tres años les costará a los militares cobardes y a sus aliados alemanes e italianos derrotar a aquel ejército de obreros y campesinos sin apenas armas. Margarita Nelken volvió a estar a la altura. El 6 y 7 de noviembre, mientras el gobierno abandonaba Madrid, ella decidía permanecer en la ciudad sitiada. En diciembre se afiliaría al Partido Comunista de España, era la conclusión natural de su evolución ideológica y también el reconocimiento al papel que desempeñaba la organización en la defensa de Madrid y de la República. Después de la guerra, el exilio a México y la muerte prematura de los dos hijos, se apagaría en cierto modo aquel volcán que tanta libertad había sembrado durante décadas. Se refugió en el trabajo, en sus críticas de arte para los diarios. “Cada cual se emborracha como puede. Embrutecerme de trabajo es el único modo de no dejarme arrastrar al dolor”. El 9 de marzo de 1968 fallecía en México, a los setenta y ocho años.

En la introducción al extraordinario libro “Calibán y la bruja”, la escritora feminista Silvia Federici llama la atención sobre la necesidad de “revivir entre las generaciones jóvenes la memoria de una larga historia de resistencia que hoy corre peligro de ser borrada”. Hace solo diez años, en julio de 2009, el Ayuntamiento de Badajoz acordaba retirar la placa y el nombre de la calle que la ciudad había dedicado a Nelken. Tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence, advertía Walter Benjamin. Y los enemigos, el capital, el patriarcado, el olvido, el cinismo, la corrupción moral, no han dejado de vencer.

“Había algo derecho en ti que te salvó siempre: amor a los humildes y a la belleza”, dijo de ella Max Aub. Margarita Nelken fue una mujer excepcional, coherente con sus principios, leal a las oprimidas y oprimidos. Su mestura de feminismo y revolución, su antifascismo indomable y su ejemplo, seguirán nutriendo las luchas de las mujeres y de los hombres que no se rinden. En los tajos obreros, en los centros de enseñanza, en las luchas feministas, en los corazones rebeldes de Extremadura, su memoria seguirá latiendo.

Referencias: el escrito quiere ser un homenaje y reivindicación de la memoria de Margarita Nelken, humillada por los olvidadores y silenciada por los olvidadizos. No pretende ser una biografía exhaustiva. El texto ha tomado como referencias principales el libro de Paul Preston (Palomas de guerra), los de Josebe Martínez Gutiérrez, así como los diarios de sesiones de las Cortes Generales y la hemeroteca del diario ABC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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