La revolución de 1868, la Gloriosa y el fin de Isabel II.

Víctor Arrogante.

A mediados de los años 1860, el descontento contra el régimen de Isabel II era patente y todo se puso en contra para mantener el régimen monárquico de los Borbones. Los profundos desaciertos en el Gobierno de la reina, en el trono desde que tenía sólo 3 años, su complicada vida personal, la camarilla que la rodeaba, la crisis económica y el autoritarismo y aislamiento político en que terminó, provocaron una revolución llamada la Gloriosa. La batalla de Alcolea será el choque clave que provocará la expulsión de España de la dinastía borbónica. Por diferentes acontecimientos negros de la historia, volvieron a gobernar y hay siguen. 

La batalla sobre el Guadalquivir en Alcolea resultó decisiva para el rápido éxito de la revolución en España. Conocido el desenlace de la batalla, el presidente del Gobierno envió un telegrama a la reina, quien de veraneo en San Sebastián se aprestaba para retornar a Madrid: «Que no venga. Ya no hay remedio«. Inmediatamente Isabel II se exilió en Francia. Nunca volvió a pisar España, ni siquiera cuando reinó su hijo Alfonso XII. Ni una víctima no militar, ni un fusilamiento de prisioneros, ni una sola represalia entre los vencidos. Se había producido la última batalla romántica. 

La Revolución se desarrolló en apenas veinte días, desde su estallido en Cádiz el 18 de septiembre hasta la formación del Gobierno provisional en Madrid el 8 de octubre, pasando por la marcha de Isabel II a Francia el 30 de septiembre. La Gloriosa, si bien se sirvió del apoyo popular para su triunfo, no fue en realidad una revolución como tal, sino un movimiento de minorías que se resolvió mediante un golpe militar. No hubo cambios en la estructura social o económica del país, pero sí en el sistema político, además de avances en las libertades recogidos en la Constitución de 1869. 

El 18 de septiembre de 1868, mientras la familia real veraneaba en San Sebastián, el brigadier Juan Bautista Topete, jefe de la escuadra concentrada en la bahía de Cádiz, se sublevó a bordo de la fragata Zaragoza. Le acompañaba el general Prim, líder del Partido Progresista, que había llegado de incógnito desde el exilio. Al día siguiente se unió al alzamiento el general Serrano, procedente de Canarias donde se encontraba desterrado. Los sublevados firmaron el manifiesto «Viva España con Honra», que exhortaba al alzamiento para lograr una regeneración social y política del país. 

«Sé que lo he hecho muy mal”, dijo Isabel a Benito Pérez Galdós, «pero no ha sido mía toda la culpa«. Se refería a los poderosos personajes por los que se había dejado aconsejar durante todo su reinado: la llamada camarilla, los cortesanos y militares en los que se apoyó y los políticos de uno y otro bando que conspiraban para obtener su favor. El general Serrano, se revolvió contra ella cuando se convirtió en un obstáculo para sus propios objetivos. En septiembre de 1868, en el curso de unos pocos días, el reinado de 25 años de Isabel II de España, terminó de forma abrupta. 

Las Cortes Constituyentes redactan una nueva Constitución aprobada el 1 de junio de 1869. En sesión extraordinaria de 18 de junio de 1869, nombran Regente del reino al Presidente del Poder ejecutivo Don Francisco Serrano y Domínguez, con el tratamiento de Alteza y con todas las atribuciones que la Constitución concede a la Regencia, menos la de sancionar las leyes y suspender y disolver las Cortes Constituyentes. La nueva Constitución estableció la soberanía nacional, el sufragio universal masculino, la libertad de imprenta, la libertad de enseñanza, el derecho de asociación o la libertad de cultos. El principio monárquico contemplado en la Constitución y que excluye a los Borbones implica la búsqueda de un nuevo rey. En la sesión de Cortes de 16 de noviembre de 1870 se elige entre los siguientes candidatos: Amadeo de Saboya, que obtiene 191 votos, la República federal 60, el Duque de Montpensier 27, Espartero 8, Alfonso de Borbón 2, República unitaria 2 y en blanco 19 votos. 

Tras la Revolución se abrió un periodo conocido como el Sexenio Democrático, en los que se tuvo que hacer frente a dificultades como la Guerra por la independencia cubana, la Tercera Guerra Carlista o una fuerte conflictividad social, ya que en aquellos momentos aparece una clara concienciación de la clase obrera. En seis años se sucedieron distintas formas de sistemas políticos: el Gobierno provisional (1868-1870), que apoyó la solución monárquica, el reinado de Amadeo I (1871-1873), la Primera República (1873-1874), para producirse finalmente la vuelta de la dinastía Borbón al trono de España en la persona de Alfonso XII con la Restauración. 

A la llegada de Amadeo a Madrid el 2 de enero de 1871, debe acudir a la basílica de Atocha en la que se halla el fallecido General Prim, que había sido su gran valedor, víctima de un atentado el 27 de diciembre de 1870 en la calle del Turco. A continuación en las Cortes presta juramento a la Constitución y es proclamado Rey de España. Su reinado fue breve, dos años y dos meses, e inestable, dada la alternancia constante de los gobiernos. El 11 de febrero de 1873 renuncia a la corona de España, dando comienzo la Primera República, en la que se suceden cuatro presidentes: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. En los once meses de su vigencia, tienen que hacer frente al problema de la insurrección cantonal. 

Los últimos años del reinado de Isabel II estuvieron caracterizados por una profunda crisis y desgaste del sistema político, con la alternancia en el gobierno de los dos generales leales a Isabel II: Narváez, líder del Partido Moderado, de ideología conservadora y O´Donnell, fundador de la Unión Liberal, con un ideario más moderado. La negativa de Isabel II a que los progresistas formaran parte del gobierno alentó el Pacto de Ostende en 1866 por representantes en el exilio del Partido Progresista y el Partido Demócrata. En este acuerdo se estipuló el destronamiento de la reina y la convocatoria de elecciones para decidir la forma de gobierno del país. 

A la situación política, se sumó una crisis alimentaria: las cosechas habían sido malas, pero aun así buena parte se destinó a la exportación para intentar reducir el déficit del Estado: esto provocó un rápido aumento del precio del trigo y, en consecuencia, de la harina y el pan; y unido al gran aumento del paro, desencadenó protestas en las grandes ciudades y el temor de una revuelta popular. Por otra parte, cualquier intento de tomar medidas extraordinarias en las Cortes se encontraba bloqueada por el general Narváez: apodado «el espadón de Loja», defensor a ultranza de la reina que resolvía los conflictos de manera expeditiva recurriendo al ejército.

En esas circunstancias, no puede extrañar que el mismo grito de ¡abajo los Borbones! volviera a resonar en los últimos días de septiembre de 1868, pero esta vez por toda España y vociferado por la multitud en un entorno festivo. Los militares que lideraron la rebelión esgrimían razones políticas y deseos de renovación del Estado, pero en el trasfondo había una situación económica muy complicada, el riesgo de una revuelta popular y las ambiciones personales de sus protagonistas 

Mientras la Corte preparaba las maletas para marchar a través de los Pirineos hacia el exilio, un ambiente festivo se adueñaba de las grandes ciudades, con las masas ocupando la Puerta del Sol de Madrid o la Plaza de Sant Jaume en Barcelona. Los gritos contra los Borbones se extendían por las calles de toda España, enmarcados por repiques de campanas, discursos improvisados en las plazas, vestimentas, retratos y banderas de claro significado político, reediciones de periódicos que saludaban a la libertad, bullicio en tabernas y cafés rebosantes, músicas proporcionadas por las bandas militares y populares y el canto de himnos patrióticos, especialmente el de Riego. 

El carácter antiborbónico que había adquirido la revolución quedaba evidenciado en la destrucción de símbolos e imágenes que representaban a la reina derrocada y su dinastía. Retratos y bustos de Isabel II fueron quemados y destruidos en muchas ciudades; calles, plazas y establecimientos borraron de sus nombres cualquier reminiscencia de la familia real caída en desgracia. «La libertad de España anda por el mar y ha entrado por sus puertos a hacerse respetar: decir ¡viva Serrano! sin ningún retintín y ¡fuera los Borbones! que es canalla ruin. ¡Viva Prim, viva Prim!», decía una canción que se hizo popular en aquellos días. 

La revolución que pronto sería bautizada como La Gloriosa había triunfado. España se adentraba en una nueva época cargada de esperanza y en ella ya no tenían cabida los Borbones. «Cayó para siempre la raza espuria de los Borbones», escribió en medio de ese maremágnum una mano anónima en la fachada del Ministerio de Hacienda. Pocos podían sospechar entonces que volverían y hay están.

 

Víctor Arrogante, profesor y analista político.

 

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