La Casa Real se abraza a la supuesta transparencia sobre su funcionamiento y finanzas, a la distancia física y emocional del rey con su padre, y a la figura de Leonor para recuperar la adhesión ciudadana a la Corona.
Felipe de Borbón celebra este jueves el undécimo aniversario de su coronación con un reinado consolidado sobre una estrategia de aparente transparencia y modernización que busca blanquear la impronta corrupta que legó su antecesor, cuyos escándalos destrozaron el apoyo popular hacia la institución monárquica e incluso a la monarquía parlamentaria como sistema de Gobierno.
Once años después, con la Familia Real reducida al mínimo, miles de kilómetros de distancia física y aparentemente emocional entre el soberano y el emérito y la línea sucesoria bien definida en torno a la figura de Leonor, Felipe VI semeja haber superado aquel match ball que puso en juego la supervivencia de la monarquía. Mientras, Juan Carlos I sigue regateando entre bateas (el pasado lunes regresó a Galicia para participar en los campeonatos de vela que organiza el Real Club Nático de Sanxenxo) y juzgados (ha demandando por injurias y calumnias al expresidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, por acusarle de evadir impuestos).
«La misma abdicación de Juan Carlos de Borbón formó parte de esa estrategia para recuperar la imagen de la monarquía», señala Néstor Rego, diputado del Bloque Nacionalista Galego (BNG) en el Congreso. «Pero no creo que esa percepción se haya recuperado del todo: la opinión mayoritaria y creciente es que se trata de una institución vinculada al franquismo y que no se sostiene ni sirve a los principios democráticos: no ha sido elegida, es hereditaria, vitalicia e intrínsecamente corrupta«, añade.
Rego opina además que la supuesta neutralidad institucional del monarca es impostada y que Felipe VI mantiene posiciones políticas destinadas a sostener «el discurso ultraespañolista»: «Sus intervenciones siempre contienen los temas favoritos de la extrema derecha, ya sea la condena de las posiciones independentistas, como en el discurso del 7 de octubre de 2017 [tras el referéndum de independencia de Catalunya] o el del pasado 23 de noviembre, cuando habló de la inmigración como un problema».
Doble lavado de cara
«Es evidente que se ha realizado una doble labor de lavado de cara de la monarquía tras la crisis reputacional protagonizada por Juan Carlos I. La primera fase ha consistido en presentar a Felipe VI como el reverso de su padre y como una figura perfectamente alineada con los sectores más inmovilistas del sistema; en este sentido, su papel durante el proceso catalán al frente de la represión no deja lugar a dudas», apunta el diputado de Esquerra Repubicana de Catalunya (ERC) Francesc-Marc Álvaro.
«La segunda fase está en marcha y consiste en la construcción del personaje de Leonor de Borbón, para conectar la Corona con las nuevas generaciones y darle una apariencia más, digamos, moderna», añade. «De fondo, persiste la falta de transparencia de la institución así como el papel del monarca como hipervigilante de las ortodoxias simbólicas vinculadas a las fuerzas armadas, la unidad territorial, y los intereses de las elites más reaccionarias«. «La hipótesis republicana, que amenazó seriamente la institución a causa de los escándalos del emérito, ha sido hoy asfixiada por una verdadera operación de propaganda estatal a gran escala«, añade el diputado catalán.
Para algunos expertos, la estrategia aperturista de Felipe VI estaría dando sus frutos. La adhesión a Juan Carlos de Borbón «había caído como consecuencia de sus escándalos familiares y personales y eso hizo mucho daño», admite Cristina Barreiro, periodista, historiadora y profesora de Historia Contemporánea de España en la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Cree que tras la sucesión al frente de la Corona «tanto la Casa del Rey como los propios soberanos han querido reforzar su imagen de limpieza, dando visibilidad a las cuentas y a la agenda pública de la Familia Real».
«No hay mas que entrar en la web de la Casa Real, en la que se puede acceder a los presupuestos, retribuciones, cuentas anuales… Sabemos todo, hasta los libros que les han enviado como regalo a la princesa de Asturias y a la infanta Sofía«, sostiene.
Preservar «el prestigio de la monarquía»
Cuando inició su mandato, el actual monarca prometió en su discurso ante las Cortes «preservar el prestigio» de la monarquía y «observar una conducta íntegra, honesta y transparente» como herramienta para lograrlo. Y es cierto, como dice Barreiro, que en el último decenio la monarquía española aparenta más transparencia. Por ejemplo, en lo que respecta a las cuentas oficiales: la Casa Real manejó el año pasado un presupuesto de 8,4 millones de euros, prácticamente lo mismo que en 2013, el último ejercicio completo del reinado de Juan Carlos I. Más de la mitad –4,7 millones– se destinó a salarios y gastos de personal, y un 33% –2,8 millones– a gastos corrientes en bienes y servicios.
El rey cobra un sueldo de 270.000 euros, es decir 9,6 veces la nómina media en España, 16 veces más que el salario mínimo interprofesional (16.576 euros anuales) y 17 veces la pensión media (15.700,4 euros). También está por encima de lo que perciben otros altos cargos del Estado, como la presidenta del Congreso (214.000 euros) o el gobernador del Banco de España, o que los presidentes de empresas públicas como la Sociedad Estatal Loterías y Apuestas del Estado (246.315 euros) o la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (245.125,89 euros). La reina Letizia cobra 148.105 euros brutos anuales, y su suegra Sofía, otros 121.186 euros. Juan Carlos I no tiene asignación (su hijo se la retiró en 2020). Las infantas, tampoco.
Los tres miembros de la Familia Real española a sueldo del Estado suman en torno a los 540.000 euros anuales. Una cantidad significativa, aunque a los monárquicos les gusta destacar que es mucho menor que la que perciben otros soberanos europeos: la Corona británica tiene un presupuesto de 102 millones anuales, que no incluye los 45 millones que Carlos III y el príncipe de Gales reciben por los ducados que poseen, y la de Países Bajos, 75 millones, con cerca de un millón anual para el rey Guillermo Alejandro. Felipe de Bélgica se lleva 15 millones de un presupuesto de 43 millones.
Lo que la Casa Real no explica es que la gran mayoría de lo que realmente le cuesta la Corona a la ciudadanía se oculta en partidas que asumen varios ministerios y que las cuentas de Zarzuela no contemplan. Así lo reconoció en diciembre de 2021, el Ejecutivo de Pedro Sánchez tras una pregunta parlamentaria del diputado de EAJ-PNV en el Congreso Aitor Esteban, formulada pocos días después de que el presidente alabara el supuesto «ejercicio de transparencia» del monarca con sus finanzas.
Palacios y coches
Según el Gobierno, ese año había presupuestados cerca de 7,2 millones de euros para gastos del personal civil que trabaja para la familia real asumidos por el Ministerio de Presidencia, departamento del que depende Patrimonio Nacional, organismo que sufraga también los costes de mantenimiento y conservación de los bienes muebles e inmuebles del Estado que están a disposición del monarca y su parentela. Entre 2005 y 2020 fueron más de 54 millones de euros.
Además, el Ministerio del Interior costea al personal encargado de su protección y seguridad; el de Defensa, el de la Guardia Real y los militares adscritos a Zarzuela; el de Exteriores paga los viajes oficiales y de Estado de Felipe VI y de Letizia Ortiz y el alojamiento y los desplazamientos de los funcionarios que los acompañan, y el de Hacienda, el parque móvil de la Casa Real y los sueldos de sus conductores.
En abril de 2022, mes y medio después de que la Fiscalía archivase la investigación por fraude fiscal contra Juan Carlos I, Felipe VI decidió desvelar su patrimonio oficial: 2,57 millones de euros, de los que 2,2 millones estaban depositados en cuentas bancarias y fondos de inversión, y el resto en obras de arte, antigüedades y joyas. Otra operación fundamental para en el lavado de cara de la monarquía fue renunciar a la herencia de su padre, cuya fortuna, nunca desvelada oficialmente, Forbes y The New York Times elevan a unos 1.800 millones de euros.
«Mientras que los gobiernos de los sistemas autoritarios son baratos, previsibles y eficaces, las democracias representativas son caras, imprevisibles y no siempre cuentan con los mejores gobernantes», opina Juan José Laborda, expresidente del Senado con el PSOE, director de la cátedra de Monarquía Parlamentaria de la Universidad de Burgos y presidente de la junta rectora de la Red de Estudio de las Monarquías Contemporáneas (Remco). Laborda hace alusión a esa diferencia entre ambos tipos de regímenes para explicar que la modernización de la estructura de la Casa Real española no se fundamenta tanto en la dialéctica clásica monarquía versus república como en la que enfrenta a las democracias, sean republicanas o monárquicas, con los sistemas autoritarios o preautoritarios.
«Elemento contra el populismo»
«Es verdad que la monarquía española atravesó un momento muy delicado, pero es que no sólo se puso en peligro la continuidad de la Corona como institución, sino del sistema de la Constitución del 78 en su conjunto», detalla Laborda. «No tengo una lealtad historicista hacia la monarquía, pero lo veo racionalmente: es el único elemento que nos queda contra el populismo que está copando a algunos sistemas republicanos: Trump, Milei«, concluye.
Paulo Carlos López, profesor de Ciencia Política en la Universidade de Santiago (USC), sostiene que la monarquía española, además de ser una institución anacrónica, mantiene un vínculo político como «catalizador del nacionalismo español» que niega la plurinacionalidad del Estado. «El rey ejerce como un político más, lo demostró en el discurso del 3 de octubre de 2017″, añade, en referencia a su intervención tras la declaración de independencia del Parlament de Catalunya.
López, secretario xeral de Sumar en Galicia y coautor de un artículo sobre la percepción ciudadana de la monarquía y su relación con el nacionalismo español, realizado por el Equipo de Investigaciones Políticas de la USC y ahora mismo en revisión por pares (la evaluación crítica de otros expertos), advierte de que la monarquía española tiene otro «componente volátil» que la hace muy inestable como garante último del sistema democrático.
«En otras, como la británica, la Corona pesa más que la persona que la lleva. Aquí sucede al revés. Fue sólida mientras se mantuvo la solidez de la figura de Juan Carlos, y es verdad que ahora vuelve a serlo. Pero puede tambalearse de nuevo al más mínimo escándalo del emérito, de Froilán, de Leonor…», dice. «Ha habido una estrategia para legitimar la monarquía y les ha salido bien. Pero lo digo como politólogo. Como político, digo que se trata de una careta«, asevera.
La imagen de la monarquía en los medios
Esa careta se construye en buena medida a través de la imagen que los monarcas transmiten a los ciudadanos a través de los medios, que también han advertido ese cambio de rumbo en la comunicación institucional con respecto al reinado de Juan Carlos I.
«Hay mucho aperturismo, no sólo en la accesibilidad a los reyes sino de la Casa Real», expone Angie Calero, responsable de la cobertura informativa sobre el monarca y su entorno para el diario ABC. Belén Domínguez Cebrián, de El País, mantiene una opinión parecida: «La Casa Real lleva a gala y ejecuta la ejemplaridad, porque sabe que si no lo hace, no va a poder sobrevivir como institución».
Las dos periodistas subrayan que eso ha ido acompañado de cambios en la plantilla de altos cargos de la Casa Real, que se ha rejuvenecido, feminizado y civilizado, en el sentido de que son ahora diplomáticos y diplomáticas y funcionarios y funcionarias civiles quienes ejercen las tareas que durante el reinado de Juan Carlos I se encomendaban tradicionalmente a personal militar.
También añaden la progresiva relevancia del papel de Leonor, que garantiza la sucesión de la Corona en una persona que parece mucho más cercana a la realidad que viven sus conciudadanos, especialmente los más jóvenes, de lo que estaban sus abuelos o incluso sus padres. Un protagonismo similar al que en su día construyó la figura pública de Felipe como heredero.
«No sé si puede hablar de leonormanía, pero la imagen que se traslada es la de una chica del siglo XXI y que ésta es una monarquía del siglo XXI», dice Domínguez. Y Calero concluye: «Todo lo que tenía que ver con Juan Carlos parece amortizado, han pasado once años de reinado, hay línea sucesoria con Leonor ganando adeptos entre las nuevas generaciones… Se les nota mucho más relajados porque todo parece haberse alineado de nuevo».
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La pregunta es: ¿quién daría esa orden? ¿Un general o coronel en la reserva? Evidentemente, no.