«Fuimos al frente con armas, pero sin balas por culpa de Francia»

Es difícil sorprender a Josep Almudéver sin su bandera republicana. Siempre con él, en cuanto empiezan las fotos —y este sábado de homenaje a los brigadistas internacionales le van a hacer muchas— la despliega delante de su cuerpo y posa con una sonrisa. «Antes se le olvida comer que su bandera», confirma Toni Simó, historiador, amigo y su cicerone cuando viene a España.

La vida de Almudéver está ligada a la República. A la que fue y a la que algún día, espera, será. Memoria viva de España, este valenciano nacido en Francia puso su vida en juego por ella en 1936, trampeando su edad para poder alistarse en el Ejército y volviendo al frente en dos ocasiones cuando ya nadie se lo pedía a través de las brigadas internacionales.

Hoy, con 97 años, Almudéver es el último brigadista que se conoce que sigue con vida entre un grupo de 40.000 personas de 50 nacionalidades (y apátridas) que vinieron a España a combatir el fascismo. Lúcido y enérgico, es el invitado principal de una jornada de homenaje a los brigadistas en los recién nombrados (con los votos a favor de Ahora Madrid y PSOE y en contra de Ciudadanos y el PP) jardines de las Brigadas Internacionales de Vicálvaro (Madrid) organizada por  la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales (AABI) en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid. Hoy se descubre una placa, más adelante se instalará un monumento.

Almúdever mantiene la memoria y la agilidad mental intactas. Sentado a la sombra en esta calurosa mañana, es capaz de relatar con precisión fechas y eventos de su andadura en la Guerra Civil, atender a las decenas de personas que quieren hablar con él o hacerse una foto y lamentar el estado de la política española, en concreto la incapacidad de la izquierda para entenderse y alcanzar el poder pese a tener una mayoría.

«Con armas pero sin balas»

Nacido en Francia de padres valencianos, Almudéver ya había regresado a España cuando parte del Ejército se sublevó contra la República. Hombre excepcionalmente culto para su juventud y la época, por aquel entonces se dedicaba a «leer y explicar a la gente» lo que estaba pasando. No dudó en alistarse en el batallón Germanías en defensa de la República. Pero no le dejaron, tenía solo 17 años. Con la lección aprendida probó suerte en el Pablo Iglesias, esta vez con un certificado —falso— que decía que tenía 19 años. Y se fue al frente.

«El 13 de septiembre de 1936 partimos, todos con armas pero sin balas por culpa de Francia», recuerda con precisión. «La República había pagado por armas en noviembre de 1935 pero León Blum, [dirigente francés] que encima se decía socialista, creó el Comité de No Intervención» y las armas nunca llegaron a su destino. Fue la gran traición para Almudéver, la que les hizo perder la guerra.

El brigadista fue herido en el frente en el 38 y devuelto a Valencia. Se intentó reenganchar, no se lo permitieron. Así que aprovechó su nacionalidad francesa para alistarse en las Brigadas Internacionales. Como todos los brigadistas, fue expulsado en enero de 1939, pero se las ingenió para colarse en un barco y volver a Valencia, donde permanecería hasta el final de la guerra.

Entonces empezó su infierno, si es que hasta entonces no lo había sido. Fue detenido e internado en un campo de concentración llamado Albatera. Sí, en España hubo campos de concentración también, aunque cerraron pronto. «Era un sitio criminal. Allí se moría de hambre, de estreñimiento, de todo», rememora. Les obligaban a presenciar fusilamientos de camaradas, a vivir con la incertidumbre de no saber si ellos serían los siguientes.

Del campo pasó a la prisión, donde estuvo tres años hasta que finalmente fue liberado y enviado a Francia con la prohibición de entrar en España, lo que no pudo hacer hasta 1965.

«No hay derecho»

Almudéver sigue la actualidad española desde su hogar francés. Y no entiende nada de lo que ocurre. «No hay derecho a que la izquierda tenga mayoría pero por culpa de dos o tres jefes no se pueda hacer algo como el Frente Popular del 36 y siga Rajoy», se lamenta. Preguntado por el hecho concreto de que el PSOE permita gobernar al PP, suspira y añade algo de autocrítica.

«Algo de culpa también tiene la clase obrera. Está muy dividida y no se da cuenta de que el poder tiene un solo jefe», afirma. Pero vuelta a la incomprensión. «No entiendo que no echen a estos dirigentes», añade. Empezando por la monarquía del «coronel Juan Carlos», destaca.

Hoy, 80 años después de la guerra, Almudéver acude a institutos y universidades a dar charlas. ¿Teme que con el paso del tiempo las nuevas generaciones olviden lo que pasó entonces? «No creo. He ido por Valencia, Albacete, Sevilla y la juventud se interesa mucho. Sobre todo las mujeres», señala.

El público asistente a este homenaje parece confirmar sus palabras. Hay gente mayor ataviada con pañuelos o banderas republicanas, claro, pero tampoco faltan jóvenes y personas de mediana edad. Todos han acudido al homenaje a los brigadistas, a reivindicar ese «sentido internacionalista» que les impregnaba y la lucha antifascista que empezó en España en 1936.

¿Se siente reconocido por su país? Almudéver afirma que sí, aunque no le han dado ninguna pensión y su amigo Simó confirma que a nivel estatal nunca se ha hecho un homenaje a los brigadistas. Sí algunos ayuntamientos o diputaciones, pero no el Estado. Tampoco les ha quedado pensión alguna. «El coronel Juan Carlos me dio un millón de pesetas por haber estado más de tres años en la cárcel, pero nunca lo he tocado, no lo quiero», matiza Almudéver.

Dos horas después de que empezara el acto, tras la intervención de una quincena de personas de otras tantas delegaciones de familiares o amigos de brigadistas que combatieron en España (han venido polacos, rusos, norteamericanos, rumanos, chinos, galeses, holandeses o cubanos, entre otros,) y descubierta la placa que nombra los jardines de las Brigadas Internacionales, el acto concluye cuando suena el himno de las brigadas internacionales interpretado por el coro de la AABI. Ondean las tricolores y Almudéver, como muchos de los presentes, alza el puño y se arranca a tararear. Por un momento suelta la bandera. Acaba el himno y los homenajeados se retiran. Enfrente del parque, el antiguo Cuartel de Artillería que alojó a la XI y XII Brigadas Internacionales durante la defensa de Madrid les espera para comer.

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