Por Víctor Arrogante.
El veinte de Noviembre ha marcado mi vida. Cuando tenía 8 años murió mi padre. También ha habido acontecimientos históricos que han estado presentes y de alguna forma han formado parte de mi personalidad. En 1975 murió el dictador Franco en la cama del hospital de La Paz. También dos personajes históricos murieron un 20N de 1936: fue fusilado en Alicante José Antonio Primo de Rivera; y en Madrid, el mismo día, una bala perdida o un certero disparo de un francotirador faccioso mató a Buenaventura Durruti.
¡Españoles… Franco ha muerto!, escuchábamos decir a Carlos Arias Navarro, un presidente del Gobierno roto en lágrimas, ante una pantalla de televisión en blanco y negro. El acontecimiento esperado se produjo un 20 de Noviembre de 1975; pero el franquismo, después de cuarenta y seis años, sigue vivo. Comenzaba la Transición desde la dictadura a la democracia, controlada desde dentro del Régimen. Ahora conocemos como se nos engañó. Adolfo Suárez, no sometió a referéndum la monarquía, porque las encuestas dijeron que perdería. Franco dejó todo «atado y bien atado», restaurando la monarquía en la figura de Juan Carlos de Borbón, hoy huido de España.
Había un reino sustentado por una cruel dictadura; faltaba elegir al sucesor; y no iba a ser el heredero de Alfonso XIII. Franco cerró la puerta a su hijo Juan. El Jefe del Estado podía excluir a aquellas personas reales por su desvío notorio de los Principios Fundamentales del Estado. Y el hijo, que era el padre, no reunía tal capacidad, por liberal. Fue un trágala, pero cedió sus derechos dinásticos el 15 de mayo de 1977. «En virtud de esta mi renuncia, sucede en la plenitud de los derechos dinásticos como Rey de España a mi padre, el Rey Alfonso XIII, mi hijo y heredero, el Rey don Juan Carlos I». Todo por la familia; nada para España y los españoles.
A Franco le hubiera gustado ser rey de España, por la gracia de dios, y usurpó prerrogativas reales, concedió títulos nobiliarios bajo palio y con guardia mora. Vivió como un rey, con el boato y protocolo franquista, parecido a la corte real de Alfonso XIII, pero con guerrera blanca, camisa azul y boina roja, España era una democracia orgánica, sin democracia, además de un reino sin rey.
La dictadura agonizaba desde hacía un tiempo y el nuevo modelo no se consolidó hasta la aprobación de la Constitución en 1978. Fueron días de proclamación y un funeral. Estuve con mi madre en las largas colas que se formaron para ver los restos de Franco, por curiosidad y por ser testigos de la historia. El 22-N estuve ante la iglesia de San Jerónimo el Real, donde se celebraba la misa oficiada por el cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal. Recuerdo ver al vicepresidente de los Estados Unidos Nelson Rockefeller y al general chileno Augusto Pinochet, con su larga capa blanca, a quienes, muy tímidamente, algunos, abucheamos y silbamos, hasta que dos percheros americanos con gabardina y caras de película de malos, se pusieron a nuestra vera y terminaron con la música de viento.
¡Españoles: Franco ha muerto!, palabras de Arias Navarro, que recuerdo expectante y angustiado, tanto como el 23-F de 1981, por parecidos motivos. Todo estaba por ver. Aquel hombre, unos meses antes, había firmado las últimas cinco penas de muerte de la dictadura. El 27 de septiembre se ejecutó la sentencia por fusilamientos. Murió matando. Del «llanto de España» que decía Arias, a las copas de champán en muchos hogares. Del «dolor y la tristeza» del carnicero de Málaga, a la esperanza ante el futuro. En mi memoria, Franco en estado mortuorio, en la cama de la habitación 103 de La Paz, entubado en su agonía prolongada por medios mecánicos y razones políticas.
Fueron tiempos de silencio, cuando Franco, con todo el poder en sus manos, diseñó el nuevo régimen: una monarquía del Movimiento. Todo pretendía dejarlo atado y bien atado y no todo salió bien. El tránsito a la democracia culminó en 1978 con la Constitución y como forma política la monarquía parlamentaria. Previamente se había celebrado el referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política, el 15 de diciembre de 1976, que contó con el apoyo del 94,17% de los votantes, con una participación del 77,8%. El rey ni juró ni prometió la Constitución; la sancionó. Su poder era previo y franquista. No se consolidará la monarquía, mientras no haya un referéndum sobre el modelo de Estado. No lo hubo entonces por miedo, hoy dicen que porque ya no hay razón para ello.
En la madrugada del 20 de noviembre de 1936, en el patio número 5 de la prisión de Alicante, un pelotón de ocho milicianos, fusila a José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange Española de las JONS. Ejecutan el veredicto de un Tribunal Popular de las izquierdas, con la aprobación del Gobierno. En marzo de ese año el Gobierno del Frente Popular había encarcelado al fundador de la Falange, por posesión ilegal de armas de fuego. Acusado de rebelión militar, el fiscal pidió la pena máxima y José Antonio es condenado a muerte, por inducción de un delito de rebelión militar, Cuatro días después de la ejecución, José Antonio pasa a ser El ausente y manipulado hasta a saciedad por el Régimen. Se extiende la leyenda de que fue el propio generalísimo quien dio carta blanca a la ejecución del que consideraba su rival político. Stanley G. Payne, sostiene que al futuro dictador la muerte de José Antonio le «vino al pelo».
Buenaventura Durruti, creció en la pobreza, tuvo pocos estudios y comenzó a trabajar a los catorce años como aprendiz de mecánico. Siempre fue un hombre de acción, más de hechos que de palabras. En España había dos sindicatos: la UGT de raíz marxista y la CNT, de raíz anarquista. Durruti estaba con los libertarios de la CNT. Prefería Bakunin a Marx, la libertad a la autoridad, la organización desde abajo al dictado de los de arriba, la asamblea al comité central, la autogestión al Estado. (Pólvora, tabaco y fuego Javier Valenzuela). Eran tiempos en que los campesinos y los obreros vivían en chabolas o pisos miserables y sus protestas eran acalladas a sablazos por la Guardia Civil y sus líderes caían abatidos por los pistoleros de la patronal.
La última filmación que nos queda de Durruti la hicieron unos reporteros soviéticos en las cercanías del frente de la Ciudad Universitaria. Se le ve tranquilo, resuelto y sonriente, con una gorra y una cazadora de cuero. Poco después resultaría alcanzado por una bala frente al Hospital Clínico, donde se libraban feroces combates contra los legionarios y los mercenarios rifeños de Franco. Trasladado al Hotel Ritz, incautado por los anarquistas, convertido en hospital de sangre, Durruti fallecería en la madrugada del 20 de Noviembre de 1936. Según Dan Kurzman, sus últimas palabras fueron antiburocráticas: «Demasiados comités…».
Desde aquel 20N han transcurrido cuarenta y seis años y parte de mi vida. Pero fue en 1957, desde cuando el 20N se me viene encima; murió mi padre (el 20 de Noviembre también era el santo de mi madre). Un camarero de toda la vida, con 45 años, un pincel, muere en su puesto de trabajo, en la desaparecida sala de fiestas Teyma, en la plaza de Callao. La tuberculosis no le permitió seguir luchando como siempre y trabajando desde niño. Siempre le he tenido en mi memoria.
Malos recuerdos tengo de la época y peores en la memoria histórica familiar y lo que fue una tragedia para mi padre. Franco fusiló a mis abuelos en Toledo después de la liberación del Alcázar en 1936. Vivían en Toledo, en el Callejón de los Niños Hermosos, en la judería toledana, de donde sacaron a mis abuelos para nunca volver. Oigo las botas contra el empedrado, los gritos y empujones, los culatazos de los fusiles sobre sus espaldas. Veo la cara perpleja y asustada de mi abuela Antonia Arrogante y las caras descompuestas por el odio de los sacadores. Oigo el sonido seco de las descargas de los fusiles, junto al paredón a la vera del Tajo, y el taac, taac de los tiros de gracia, que remataron sus vidas.
Vivió intensamente, comprometido en la Guerra. Recuerdo oír contar que participó en el sitio al Cuartel de la Montaña el 19 y 20 de Julio de 1936, identificando a los caídos en el asalto; también su participación activa en los sucesos que provocaron el golpe del coronel Segismundo Casado, que derribó al gobierno republicano del socialista Juan Negrín. El golpe de Casado triunfó tras desencadenarse en Madrid una guerra dentro de la guerra, entre las fuerzas «casadistas» (con apoyo de Julián Besteiro, Wenceslao Carrillo, Cipriano de Mera y el general José Miaja.) y los partidarios de la política de resistencia de Negrín (comunistas y un pequeño sector del PSOE).
20N, recuerdos y emociones a flor de piel. Desde la ilusión contenida al compromiso político y social permanente. De la esperanza sin traba al desasosiego de hoy. De todo puede ser a solo algunas cosas fueron. De lo conseguido a lo que diariamente perdemos.
Víctor Arrogante, profesor y analista político.
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