El pasado 2 de octubre, se celebraron entre otras las Elecciones Presidenciales, al Congreso y al Senado en Brasil. No pintaron bien para Lula que no obtuvo el porcentaje suficiente como para ser declarado Presidente y ha habido que recurrir al llamado balotaje, en el que ya las elecciones solo tienen dos candidatos. Pero lo peor sería que el partido de Bolsonaro, tendrá mayoría en el Congreso con 96 escaños. La Cámara baja tiene 513 actas, pero Lula tendría que hablar con decenas de partidos con representación, la mayoría de la derecha. Alguna alegría hubo: fueron elegidas dos indígenas y las primeras diputadas trans; si bien, el Parlamento y Senado quedan lejos de ser representativos del país, pues son muy mayoritariamente masculino y blanco (y muy conservador).
Llegó la segunda vuelta y había que elegir entre Lula o Bolsonaro. Era la elección entre la esperanza de un Brasil con mayor justicia social o continuar con el fascismo que sirve a los poderosos, a los que fomentan que en la mayor potencia económica de toda Latinoamérica todavía haya zonas con hambre, y que, en lo más profundo de sus extensísimas selvas, aún haya trabajadores y trabajadoras en condición de esclavitud, sí de esclavitud, como suena.
A Lula Brasil le debía una y grande. Había sido apartado del poder que ganó democráticamente por un tribunal cuyos miembros estaban todos imputados. Pasó 580 días (más de un año y medio) en la cárcel, enviado por dicho tribunal y por un juez que luego ha sido declarado parcial e incompetente, anulándose la condena. ¿Se tomó alguna medida con dicho juez? Sí, Bolsonaro lo nombró ministro como premio a los servicios prestados.
Lo verdaderamente triste de este mundo que estamos viviendo es que estas cosas no escandalizan, no hacen que mucha gente se plantee absolutamente nada y que Bolsonaro haya sacado un porcentaje muy elevado de votos.
Si en la primavera de 2018, cuando un Lula de 72 años empezaba a cumplir su injusta condena de 12 años nos hubieran dicho que ganaría un tercer mandato, nadie lo habríamos creído.
Las encuestas (Julio Anguita solía decir que las encuestas son siempre parte del arsenal propagandísticos de los grandes partidos) daban ya para las elecciones del 2 de octubre una mayoría a Lula, pero lo cierto es que para estos partidos fascistas siempre suele haber un voto oculto, provocado por la vergüenza que a mucha gente provoca reconocer que votarán a este tipo de gente.
Para que nos hagamos una idea de cómo estaba el patio: el día anterior de las elecciones, una diputada de Bolsonaro persiguió a punta de pistola a un periodista negro.
En fin, no lo va a tener fácil, pero Lula supone el regreso de la esperanza, de la luz. Ganó el modelo presidencial más generoso y solidario. Y José Mujica ya avisa: “A Lula lo van a criticar por poco radical desde la izquierda. Y de la derecha lo van a criticar por populista». Ojalá y en su país y resto del mundo, hagamos la justicia que se merece y tenga nuestro apoyo. Ahora, le toca remangarse y seguir luchando, entre otras muchas cosas por aquel sueño que transmitió cuando llegó por primera vez a la presidencia: Dar de comer a unos 40 millones de brasileños, un porcentaje elevadísimo de la población que está hambrienta o desnutrida, conseguir que no haya un solo brasileño sin desayunar, sin comer y sin cenar… Cuando todos coman, habré cumplido mi misión en la vida, dijo.
El Colectivo Puente Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Eva Ramírez, Elías Rovira y Javier Sánchez.
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