
Llevamos tiempo viendo cómo las calles del país se van quedando desiertas. Las movilizaciones sociales suelen entrar en letargo en ciertos períodos políticos, no porque no existan motivos para salir, sino porque quizá no queremos culpar a los nuestros de que las cosas no vayan bien. Con total seguridad hay y ha habido muchos motivos para protestar en los últimos tiempos, pero solo hemos visto pequeños movimientos por parte de colectivos feministas, movilizaciones puntuales como la que hace pocos meses llenó las calles de Canarias pidiendo un modelo sostenible o la que hace pocos días se realizó en Madrid por una solución al mal que impide la independencia de los jóvenes en España: los alquileres. En Castilla-La Mancha también existen zonas especialmente “tensionadas”, como se califica ahora a los barrios o localidades donde vivir es un privilegio de ricos. Encontrar casa es un auténtico privilegio en ciudades ahogadas por el turismo como Toledo o Cuenca, o en ciudades universitarias y de servicios como Albacete. ¿Hasta cuándo aguantaremos sin reprocharle a nuestras autoridades regionales y locales su inacción en materia de vivienda? ¿Hasta cuándo sufriremos los castellanomanchegos nuestras estrecheces en la intimidad, como si, encima, los culpables del fracaso político fuésemos nosotros y nosotras?















La pregunta es: ¿quién daría esa orden? ¿Un general o coronel en la reserva? Evidentemente, no.