Las mentiras del exabad sobre el Valle de los Caídos

Carlos Hernández

El antiguo responsable de la abadía aseguró en un informe que el trabajo en el valle fue voluntario y que “cobraban de hecho un salario superior al de los obreros de igual categoría laboral”.

“Ese señor es un mentiroso, pero además es un imbécil”, dice el preso político Nicolás Sánchez Albornoz que tuvo que trabajar en el valle: “¿Voluntario yo?”

“Lo que más me duele es que 80 años después tengamos que estar rebatiendo estas barbaridades”, explica el periodista Isaías Lafuente autor de Esclavos por la patria.


“Ese señor es un mentiroso, pero además es un imbécil”. A sus 91 años, el historiador y preso político durante el franquismo Nicolás Sánchez Albornoz no puede ni quiere ocultar su indignación tras conocer el contenido del informe elaborado en 2005 por el abad del Valle de los Caídos publicado por la Cadena Ser. “Se atreve a decir que los presos que allí trabajamos éramos voluntarios —ha declarado este lunes a eldiario.es—. ¿Voluntario yo? ¿Cómo voy a ser voluntario si me sacaron de la universidad y me encerraron allí por mis ideas”. En la segunda mitad de los años 40, Sánchez Albornoz fue detenido por la policía franquista y condenado a seis años de cárcel por formar parte de una organización estudiantil. Tras pasar por las prisiones de Alcalá de Henares y Carabanchel, en 1948 dio con sus huesos en uno de los tres destacamentos penales que trabajaban en la construcción del monumento franquista, el encargado de erigir el monasterio.

En agosto de ese mismo año protagonizó con éxito una novelesca fuga en compañía de otro compañero, por lo que solo estuvo seis meses en el valle de Cuelgamuros. No fue demasiado tiempo y, según él mismo reconoce, fue un privilegiado: “Al tener estudios me dieron un trabajo de pluma y papel en la secretaría del destacamento”. Fue, no obstante, un periodo más que suficiente para constatar las pésimas condiciones en que vivían la mayor parte de los prisioneros: “Aún recuerdo las noches de verano en las que las chinches se metían por las narices y los oídos y chupaban por todo el cuerpo cubos de sangre”, recordaba en sus memorias.

Más hastiado que indignado se muestra el periodista Isaías Lafuente, que durante años investigó el trabajo forzado al que fueron sometidos los presos políticos del franquismo y que plasmó en su libro ’Esclavos por la patria’. Esta obra es citada varias veces por el abad en su informe: “Te confieso que lo que diga el abad me importa muy poco —explica Lafuente a eldiario.es—. Lo que más me duele es que 80 años después tengamos que estar rebatiendo estas barbaridades, discutiendo de estos temas sin que hayamos hecho una comisión de la verdad que estableciera cómo fueron los hechos realmente. Yo con el abad no tengo nada que discutir, pero sí discuto a nuestra España democrática que no haya resuelto todos estos temas relacionados con la dictadura”.

De los “malentendidos” a las medias verdades

El informe que el abad Anselmo Álvarez remitió al Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero en 2005 pretendía, según se decía en sus páginas, acabar con “malentendidos y tergiversaciones (…) que se han vertido sobre la realidad del Valle”. Sin embargo, un análisis detallado de las aseveraciones y los argumentos que en él se aportan, viene a demostrar una burda manipulación de la realidad construida a base de la utilización de fuentes nada fiables, medias verdades y una larga lista de falsedades.

“Ninguno de estos penados trabajó de manera forzada, todos lo hicieron voluntariamente”

Tal y como apunta Isaías Lafuente “se trata de una media verdad o más bien de una media mentira que se convierte en pura mentira”. El abad habla de voluntariedad porque los prisioneros que trabajaban en el Valle se habían acogido al llamado Sistema de Redención de Penas por el Trabajo ideado por el régimen franquista para explotar laboralmente a los cientos de miles de presos políticos que abarrotaban sus cárceles. Lo que olvida decir el abad es cómo y por qué habían llegado hasta allí todas estas personas.

En primer lugar no se trataba de delincuentes, sino de hombres cuya única falta había sido pertenecer a un partido democrático, militar en un sindicato o, simplemente, oponerse a la dictadura. En segundo lugar, su “voluntariedad” estaba forzada para evitar un mal mayor; realizar trabajos forzados era la forma de reducir la duración de las condenas y, de paso, escapar de unas cárceles insalubres, masificadas y en las que el trato solía ser aún más inhumano.

Salvando todas las distancias, los presos que trabajaron en el Valle de los Caídos eran tan “voluntarios” como los judíos deportados a los campos de concentración nazis que pugnaban por ser incluidos en empresas y grupos de trabajo externos para así escapar de las condiciones que sufrían en el interior de Auschwitz, Buchenwald o Dachau.

“Los trabajadores, libres o penados, cobraban de hecho un salario superior al de los obreros de igual categoría de los pueblos cercanos”

Absolutamente falso. Las diferentes memorias publicadas por el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo señalan detalladamente cómo se producían esos pagos. Las empresas que realizaban los trabajos pagaban al Estado, por cada hombre, el salario medio de un obrero libre que tuviera idéntica especialización. Sin embargo, el Estado se quedaba con ese dinero y solo le daba al preso 50 céntimos diarios. En el caso de que estuvieran casados por la Iglesia y tuvieran hijos, se consignaban 2 pesetas diarias para la esposa y 50 céntimos por hijo destinados a su manutención. “Son los propios documentos franquistas los que desmienten al abad —apunta Lafuente—. El grueso del salario se lo quedaba el propio régimen”.

“Se cuidó especialmente la alimentación de los presos. En 1947 se estableció que en el caso de los trabajadores reclusos debía ser al menos de 3.000 calorías por persona y día… Llamaba la atención de los penados la abundancia y variedad de los alimentos”

Falso. Los testimonios de los supervivientes coinciden en señalar la mala y escasa alimentación que recibían. Ello, en parte, era debido a la corrupción que estaba instalada en buena parte de la oficialidad franquista. Testigo de ello fue el propio Nicolás Sánchez Albornoz que trabajaba en la secretaría de uno de los destacamentos del Valle: “Era una corrupción consentida. Los camiones llegaban con garbanzos, aceite, patatas… pero se descargaban solo unos pocos sacos. El resto lo revendían en el estraperlo en Madrid. Mandábamos a la Dirección General de Prisiones un estadillo con los menús que se daban cada día, pero todo era inventado. Me encargaban a mí que los redactara y lo hacía sin hablar con el cocinero ni con el almacén. Lo que ponía no tenía relación alguna con lo que realmente comían los presos.”

“La iniciativa de la participación de presos en las obras fue siempre de las empresas constructoras”

Falso. Era el régimen franquista el que planificaba obras públicas en lugares que entrañaban tanta dificultad, ya fuera por su recóndita ubicación o por las características del propio trabajo, sabiendo que solo sería posible realizarlas con mano de obra esclava. “Se hacían los trabajos en mitad de la nada —destaca Lafuente—. No podías mover 1.000 o 1.500 trabajadores para que estuvieran cada día al pie del valle. Solo los trabajadores reclusos podían trabajar a cualquier hora, en cualquier condición… siendo levantados en medio de la noche para recuperar el trabajo que no se pudo culminar por un apagón, por ejemplo. Estas obras o las hacían presos o no las hacía nadie”.

14 muertos, entre obreros libres y penados

Media verdad. Es cierto que de los centenares y centenares de centros de detención franquistas (campos de concentración, cárceles, colonias penitenciarias, batallones de trabajadores, etc.) por los que pasaron más de un millón de españoles, los tres destacamentos penales que construyeron el Valle de los Caídos no estaban entre los más duros. La cifra de 14 muertos en los trabajos es real, pero muy incompleta.

De hecho, la fuente que usa el abad para dar ese dato es el médico prisionero Ángel Lausín que también relató, y esto no lo cuenta el religioso, el elevadísimo número de heridos que se produjeron: “Raro era el día que no había un accidente, porque, claro, se movían piedras muy gordas, se movían vagonetas muy grandes, transportando materiales y tierra”.

El arquitecto franquista del Valle Diego Méndez lo resumió así: “Ellos horadaron el granito, se subieron a andamios inverosímiles, manejaron la dinamita… Han jugado, día a día, con la muerte”. Según cifras del propio régimen, el 8 por ciento de los prisioneros que trabajaron en la construcción de la cripta resultaron heridos durante los trabajos. A ello hay que añadir las secuelas que sufrieron la mayoría de ellos por la inhalación del polvo provocado por las detonaciones que perforaban la montaña. Nicolás Sánchez Albornoz habla de “la muerte aplazada” de decenas de prisioneros trabajadores.

“Los fines esenciales de la fundación del Valle (Decreto Ley agosto 1957…) son la oración por todos los muertos de la guerra del 36… La idea fundacional del Valle aspiraba también a la superación de las causas remotas de la guerra: desigualdad e injusticias sociales”

Falso. El Valle de los Caídos fue concebido, exclusivamente como un monumento a los vencedores. Ya el 3 de junio del 39 el propio Franco habló por primera vez de que “nuestro monumento a la Victoria no será un monumento más”. El decreto de 1 de abril de 1940 en el que ordenó la construcción insistía en la misma idea: «Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos… que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor». Ese mismo día, Franco inauguró oficialmente las obras ante los embajadores de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal de Salazar.

El abad también evita mencionar que la mayoría de los republicanos que fueron sepultados en el Valle, fueron sacados de las fosas comunes en las que yacían y trasladados allí sin el consentimiento de sus familias.

El abad afirma que los testimonios recogidos por Isaías Lafuente y por otros historiadores y periodistas “reconocen que en el Valle encontraban un marco de libertad (dentro de su condición de penados) y de buenas condiciones salariales y laborales…”

El propio Lafuente responde a esta última aseveración del abad: “Es absolutamente falso que se pueda sacar esa conclusión de la lectura de mi libro. Me parece increíble que tengamos que seguir debatiendo de este tema. Tendríamos que conocer no solo el detalle real de todo lo que ocurrió allí. Tendríamos que saber el nombre y los apellidos de todos los que allí trabajaron. El problema —concluye— es que 80 años después, el Valle de los Caídos siga respondiendo al fin para el que fue construido: ser un monumento a mayor gloria de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera”.

El Diario

 

 

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